viernes, 23 de septiembre de 2011

Jack

Los Nefilimn nos condujeron por los estrechos y sinuosos pasillos de la mansión.
Avril había parado de llorar hacía ya un rato, pero mantenía la cabeza gacha y sollozaba de vez en cuando. Yo aún no me podía creer que Alex hubiese muerto. Y mucho menos, que Jake hubiese huído. El muy cobarde había salido por patas cuando asesinaron a Alex, aunque yo albergaba la esperanza de que hubiese ido a por ayuda.
Por fin, tras mucho andar, llegamos a una gran sala circular, con aspecto de antigua capilla. En el centro había cuatro sillas, dispuestas en círculo también. En el centro del círculo había dibujados con un líquido espeso y rojo (sospechosamente parecido a la sangre) extraños símbolos satánicos y antiguas runas. Élias nos había explicado hacía tiempo que ese tipo de símbolos se utilizaban para la invocación de demonios. En ese momento, me maldije a mi mismo por haberme quedado dormido en aquella clase. Seguro que Alex habría sabido explicarnos su significado...
Al entrar por la habitación, la poca luz que se filtraba por los cristales de una vieja vidriera sucia, me deslumbró durante unos segundos ya que, mis ojos, estaban acostumbrados a la penumbra de los pasillos.
En cuanto mis ojos se acostumbraron a la luz, distinguí dos siluetas sentadas en las sillas del centro. Eran dos chicas. A una no la había visto nunca. Era alta, rubia y robusta. La figura de enfrente era la de Gabrielle.
Levantó la cabeza cuando nos oyó entrar y vislumbré como la poca esperanza que había en sus ojos se apagaba poco a poco.
Observé como su expresión de alegría se transformaba en una de preocupación al no divisar ni a Jake ni a Alex. Y esta se transformó en una de consternacón al ver las caras que traíamos Avril y yo.
Los Nefilims me condujeron hasta una de las sillas (La que estaba a la derecha de Gabrielle) y me ataron de manos y pies, dejándome inmovilizado. No me resistí, estaba demasiado...Traumatizado, por decir algo.
Gabrielle me preguntó con un hilo de voz qué donde estaban Jake y Alex. Negué con la cabeza y su expresión fue de sorpresa.
-Estan...- No llegó a terminar la pregunta.
-Jake no- Fue lo único que conseguí articular.
Vi como las lágrimas se asomaban a sus ojos para bajar como finas cascadas a lo largo de sus mejillas. Tenía una forma bonita de llorar. Era suave, no hacía grandes aspavientos y sollozaba en un tono apenas audible.
-Buenas tardes, señores y caballeros- Dijo una voz.
Un hombre alto y formido apareció como si de niebla se tratase de detrás del asiento en el que estaba sentada la chica a la que no conocía. La chica parecía completamente abatida. Mantenía la cabeza gacha y emitía leves sollozos de vez en cuando.
El hombre que acababa de hacer su aparición le dedicó a Gabrielle una sonrisa fiera, como si ella fuese una animal muy valioso que él codiciaba. Y por fin lo había cazado.
Nuestro misterioso anfitrión era alto. Un metro ochenta y pico, incluso un poco más. Su cabello era rubio platino, casi blanco debido a las numerosas canas. Tenía la piel extremadamente pálida, como si nunca hubiese visto el sol. Sus ojos eran negros, tan negros que no se distinguía la pupila del resto del ojo. Tenía las espaldas anchas y la cadera estrecha. Iba elegantemente vestido, con una camisa negra y pantalones de vestir del mismo color. Su rostro era un misterio. Su cara mostraba una cálida sonrisa, pero sus ojos estaban marcados con el inconfundible brillo del desprecio.
-Me presento, aunque algunos ya habréis oído hablar de mi- Su sonrisa se ensanchó hasta un punto en el que se tornó macabra- Mi nombre el Jack - Y la chica desconocida estalló en un desesperado llanto.

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