viernes, 27 de enero de 2012

Pasado 2º: Clara


"-Odio las fiestas-
Alexander bufó, dándole la razón a Lucius.
-Por lo menos, tu has conseguido acompañante. A ver con quién demonios bailo yo-
-Bueno, modestia aparte Don huraño. Que he visto como las señoritas te miraban al entrar- Protestó Jack.
Lucius rió estrepitosamente. Alexander suspiró.
-¿Y cómo me miraban?-
-Como si ellas fusen leones y tu fueses un solomillo ibérico-
Lucius siguió riendo, y al poco la risa se le contagió a Jack. Alexander era el único que permanecía serio con cara de indignación.
-¡Hey! ¡Alex, Jack, Lucius!-
Los tres se volvieron a la vez y vieron como Arthur avanzaba hacia ellos a duras penas. Un chico alto, de cabello castaño corto y ojos alargados y azules caminaba junto a él.
-¡Ellie!- Sonrió Jack.
Elliot le dirigió una mirada de reproche. Todos sabían que odiaba aquel mote.
-¿Qué tal te ha ido en Norte América, querido primo?- Preguntó Jack.
La expresión de Elliot cambió. Volvió a sonreír.
-Deberíais de ver aquello chicos. Es...-
De repente, unas trompetas sonaron, anunciando la llegada de Lady Elisabeth Scalett Blackross.
La madre de Alexander apareció por la gran puerta principal. Llevaba un sencillo vestido rojo, pero aún así, estaba preciosa. Su largo cabello oscuro estaba recogido en una larga trenza, y, como siempre, una amplia sonrisa adornaba su bello rostro. Se dirigió al centro de la sala, que se sumió en un profundo silencio.
-Como ya sabrán, estamos todos aquí reunidos para celebrar la incorporación de mi hija mayor a la sociedad-
Para todo el mundo, Clara era la hija mayor que Elisabeth y su esposo Robert habían tenido fuera del matrimonio. Por supuesto, esto era un escándalo y provocaba que la gente les señalara de vez en cuando por la calle. Pero era mejor eso que decir que era la hija que Robert había tenido con una prostituta nueve meses antes de su boda. Por supuesto, Alexander conocía la historia con todo detalle.
El matrimonio de sus padres había sido concertado. Los prometieron en cuanto hubieron nacido, al igual que a él y a Shelly. Se habían criado juntos y se acabaron enamorando. Un día, unos meses antes de la boda, tuvieron una discusión muy fuerte. Elisabeth, que no era muy propensa a enfadarse, pero que cuando lo hacía parecía un ogro, echó a patadas a su futuro marido de casa. Robert, dolido, había hecho lo que la mayoría de hombres habría hecho en su situación: emborracharse. A la mañana siguiente, despertó en la habitación de un burdel. Nueve meses después,un día antes de la boda, delante de la casa familiar había aparecido una cestita que contenía un bebé y una carta. "Es tuya. Cuídala" decía.
Por supuesto, todo el mundo habría comprendido que Elisabeth se enfadase, que hubiese cancelado la boda y que hubiesen dado a la niña en adopción. Pero Elisabeth no se enfadó. Al día siguiente se celebró la boda y anunciaron que Elisabeth y Robert habían sido bendecidos con una hija. Por supuesto, esto dio lugar a todo tipo de quejas y cotilleos. Se suponía que la novia debía de llegar virgen al matrimonio. Toda la culpa calló sobre los hombros de la inocente Elisabeth, que a pesar de todo, crió a la niña como si fuese su propia hija. Clara, le llamó.
No la habían dado en adopción por dos cosas: la primera, porque Elisabeth se había negado rotundamente. La segunda, porque en la familia de los Blackross, cada cien años se producía un misterioso suceso; nacía una niña con extraños poderes, a la que llamaban la Rosa negra, en alusión al apellido de la familia. Por motivos de seguridad, la rosa negra debía permanecer encerrada en una torre hasta la mayoría de edad. Como Clara había nacido cerca de la fecha indicada para el nacimiento de la siguiente rosa, todo el mundo había dado por hecho que ella era la rosa, y con tan solo cuatro años de edad, la habían trasladado a la torre. Desde entonces, las únicas personas autorizadas para subir a la torre eran Robert, Elisabeth y el que había sido nombrado criado personal de Clara, Vicent. Robert jamás subió. Vicent subía por las mañanas temprano, y no bajaba hasta el mediodía. Por la noche subía Elisabeth, que hablaba con Clara y le leía cuentos. Solo ellos dos habían visto a Clara alguna vez. Cuando Alexander era muy pequeño, había sentido una curiosidad infantil por saber lo que había en la torre. Una noche, Elisabeth le leyó un cuento que trataba sobre una princesa encerrada en una torre. Al final, un príncipe la rescataba y ambos vivían felices y comían perdices.
-Mamá...¿Hay una princesa en nuestra torre?-
Elisabeth le sonrió con dulzura a su hijo.
-Claro que si, cielo. Y está esperando a que un príncipe la rescate para poder vivir felices y comer perdices-
El pequeño Alexander vaciló un momento antes de decir;
-¿Saber mamá? Yo quiero ser ese príncipe que la salve-
"Pero eso fue hace mucho tiempo" pensó Alexander. Para entonces, solo era un crío que no sabía nada de la vida. Aunque le costaba aceptar que, de vez en cuando, se aproximaba a la torre con la esperanza de ver a su princesa asomarse al balcón.
Las trompetas que anunciaban la entrada de Clara en la sala sacaron a Alexander de sus ensoñaciones. Levantó la vista lentamente.
Se quedó boqueabierto.
"Preciosa" fue lo único que pudo pensar.
De las puertas salió una joven alta y delgada. Caminaba con seguridad, con la cabeza alta y el porte de una reina. Tirabuzones negros caían en forma de cascada por su espalda. Tenía unos ojos enormes, afilados y de un color rojo oscuro, como la sangre. Llevaba un precioso vestido negro, blanco y rojo, que le sentaba como un guante y resaltaba su esbelta figura. Su piel era tersa y blanca, como la de una muñeca de porcelana. Sus rasgos eran finos y delicados, como los de una princesa. Era...Perfecta.
Alexander miró en rededor y sintió ganas de reír al ver las cara de los presentes. Jack y Arthur tenían la boca entreabierta, Lucius tenía la cara desencajada, y su bella acompañante le fulminaba con la mirada. Elliot tenía las cejas arqueadas. Todo el mundo parecía bastante sorprendido. Incluso el Conde de Breg, que solía ser bastante inexpresivo, parecía fascinado por la belleza de Clara.
Elisabeth, sonriente, agarró la mano de su "hija" y la condujo al centro de la sala.
-Señores, mi preciosa hija, Clara Blackross-
La sala entera, como saliendo de un trance, arrancó en aplausos y halagos hacía la muchacha. Ella permaneció con su semblante inexpresivo y se acercó hacía donde estaban Alexander y los demás jóvenes de la casa Blackross.
Al ser "su" fiesta, Clara tendría que abrir el baile. Y para eso, necesitaba un acompañante. Por supuesto, sólo podía bailar con alguno de los herederos de las casas ducales; Jack, Elliot, Lucius, Arthur o Alexander.
Lo más lógico habría sido que bailase con su prometido, Arthur (Al que, en esos momentos, miles de hombres envidiavan, Alexander incluído). Pero pasó por delante suya sin apenas mirarle. Lo mismo hizo con Lucius (Su acompañante suspiró aliviada). Con Jack, con Elliot (Esta vez, fue la hermana menor de Alexander, y novia de Elliot, la que suspiró de alivio). Por último, se detuvo frente a un incrédulo Alexander. Le tendió su mano enguantada. En ese momento, se hizo un silencio sepulcral en la sala. Solo Elisabeth sonreía.
Alexander hizo una pequeña reverencia y besó la mano de la joven. Y comenzó la música. Alexander condujo a Clara hacia el centro de la pista de baile.
Agarró su frágil mano y, casi con temor, situó su mano en la cintura de ella. Comenzaron a bailar.
-¿Por qué me has elegido a mi?- Se atrevió a preguntar.
Ella sonrió por primera vez en la noche. Alexander pensó que era la sonrisa más adorable que había visto en su vida.
-Por que las princesas tienen la mala costumbre de bailar con sus príncipes-
Alexander levantó una ceja, extrañado.
-Tu madre- Se explicó Clara -Me contaba que querías salvarme. Me contaba que querías ser mi príncipe y sacarme alguna vez de aquella prisión, para que pudiésemos vivir felices-
Alexnader maldijo mentalmente a la bocazas de su madre. A los ojos de Clara, debía de parecer un idiota. Pero, si así fuese, no le habría invitado a bailar ¿No?
-Al final no pude sacarte- Se disculpó Alexander con un deje de ironía en la voz.
-No pasa nada. Al parecer, he salido por mi propio pié- Dijo ella, volviendo a sonreír.
Se hizo un corto silencio en el que solo se escucho el bals, y el sonido de los vestidos rozando el suelo.
-¿Aún quieres salvarme?- Preguntó Clara repentinamente.
Alexander creyó no haber oído bien la pregunta.
-¿Salvarte?-
Clara asintió.
-Por supuesto. Eres mi princesa después de todo, es mi deber- Clara volvió a sonreír. Alexander decidió que, a partir de ese día, haría todo lo posible por hacer sonreír a Clara. Le gustaba esa sonrisa -¿Qué queréis que haga, mi señora?- Añadió, haciendo una teatral reverencia.
-Sácame de aquí- Dijo Clara con los ojos brillantes."

sábado, 14 de enero de 2012

Presente Primero: Isabelle


"Supongo que todo comenzó el día en que conocí a Isabelle. .
Desde que nuestros padres murieron, mi hermano mayor, Xeno, y yo vivimos juntos en la casa familiar. Cuando Xeno comenzó a trabajar en Caronte, yo me quedaba solo en casa durante largo periodos de tiempo, porque a los novatos les mandan las misiones que se desarrollan lejos y durante un largo periodo de tiempo. Un día, Xeno volvió del trabajo acompañado de una bella mujer, de largos cabellos dorados y ojos violetas, llamada Victoria. Yo por entonces solo tenía diez años, y nada más verla le pregunté que si era la novia de mi hermano. Xeno se sonrojó y me fulminó con la mirada. La señorita rió.
-No soy su novia, cielo. Soy su demonio-
Victoria es una de los pocos demonios que conozco que tienen como vínculo un cuerpo humano. Parecía una humana normal, de no ser por el brillo rojizo de su mirada y de que no sangraba. Por lo demás, era bastante amable, y pronto se convirtió en una "sustituta" de mi madre, que murió cuando yo tenía 5 años.
A los quince años, yo mismo ingresé en Caronte. Tras bajar al Hades, hice un contrato con un demonio cuyo vínculo era un cuervo. No es un animal excesivamente amenazante, ni peligroso, pero el escudo de armas de mi casa, la casa Roodsword, está formado por un cuervo y dos espadas cruzadas. Por eso un cuervo me pareció lo más apropiado. Realmente, el demonio que se vinculó con mi cuervo se llamaba Rhave, y era un demonio asesino.
Me explico. Cada demonio tiene un poder "especial", que van desde los más tontos hasta los más útiles. Las capacidades más comunes entre los demonios son la capacidad de moverse entre dimensiones y la capacidad de volverse invisible. Las cadenas asesinas, como la mía, son muy difíciles de encontrar. El poder de Victoria, por ejemplo, era el de transformar sus dedos de las manos en largas lianas con espinas venenosas, con las que podía asfixiar al contrincante o envenenarlo, o ambas cosas.
Cuando yo acababa de ingresar, mi hermano ya era jefe de la decimoséptima brigada, y tenía un puesto fijo en la ciudad. Sin embargo, yo como novato, estuve realizando misiones por medio mundo durante un año y seis meses.
Mientras estaba fuera, Victoria me escribía cartas contándome las últimas novedades (que normalmente, no eran demasiadas) y diciéndome que ella y Xeno estaban bien, que no me preocupase por nada. Yo para entonces ya sospechaba que mi hermano y Victoria tenían una relación que iba más allá de poseedor y demonio, pero jamás me atreví a entrometerme en la vida de mi hermano mayor.
Pero un día, Victoria me escribió contándome que, durante una de los reconocimientos de poseídos matutinos, se habían encontrado a una chica tirada en el suelo de un callejón. Al parecer, la chica no recordaba nada de lo que le había pasado, solo su nombre. Isabelle.
También me contó que Isabelle tenía un vínculo con un demonio en forma de gato negro, a pesar de que la chica no aparentaba más de quince años. Isabelle les contó a Victoria y a Xeno que había realizado el vínculo cuando tenía quince años, pero que en realidad tenía dieciocho. En Caronte, ingresamos a los quince años, pero no nos dejan realizar el vínculo hasta que tenemos, como mínimo, diecisiete. Lo más extraño es que, para hacer un vínculo con un demonio, hay que ingresar en Caronte, a la fuerza. No existe otra organización que se encargue de los vínculos.
Aquella chica no pertenecía a la organización. Y según Victoria, la chica decía la verdad. Su cadena le obedecía a ella y no viceversa.
Tras cumplir mi año y medio de misiones fuera, regresé a casa. Al llegar, solo pude sonreír, recordando los años que había pasado en aquel viejo caserón. Pero también me entristeció recordar que en aquella casa habían muerto mis padres, quince años atrás.
La puerta estaba abierta, así que entré y comencé a recorrerla, aspirando el olor a libros, flores y perfume de Victoria que despedía la casa.
Me dirigí a mi habitación preferida en toda la casa. La biblioteca. Supongo que os extrañará el hecho de que me dirigiese directamente a la biblioteca, y no a mi cuarto, o al cuarto de Xeno para saludarle. La verdad es que, a lo largo de aún corta vida, no he tenido muchos hogares. Es más, ni siquiera cosideraba aquella casa como mi hogar. Pero la biblioteca tenía algo...Algo que me hacía recordar. También había sido la sala favorita de mi padre, y contenía más de mil tomos de todas las temáticas posibles. Desde libros de recetas hasta libros de aventuras, pasando por las novelas históricas y las de misterio.
Fue entonces cuando la vi.
Estaba recostada en el sofá que está situado al lado de la chimenea. Tenía un libro de cuentos en las manos y acariciaba distraídamente a un gato negro que ronroneaba en su regazo. A simple vista, me pareció una muñeca de porcelana gigante. Su largo cabello, negro y liso, estaba recogido en una larga trenza que le llegaba por debajo del pecho. Su piel era blanca y tersa, y sus ojos, fijos en el libro, eran de un color rojo sangre que me recordó al atardecer. Iba vestida con un sencillo vestido blanco (Probablemente, confeccionado por Victoria, a la que le encantaba coser) y era gradualmente bajita, aunque, dicho por mí, que mido un metro ochenta, quizás no tenga demasiado sentido. Calculé que me llegaría aproximadamente por debajo del hombro.
De repente, Isabelle levantó la cabeza y me miró. Sus ojos me escrutaron unos segundos en silencio, desde mi revuelto cabello negro, hasta mis bastas botas, negras también. Sus rojizos ojos se posaron en los míos negros un segundo más de los necesario y noté como me sonrojaba. Ella sonrió.
-Tú debes de ser Gilbert ¿Verdad?- Asentí cautelosamente. Su voz sonaba como la de una mujer madura. No pegaba nada con su aspecto - Te pareces mucho a tu hermano -
- ¿Dónde están Xeno y Victoria?- Pregunté, intentando no mirarla a los ojos.
- Están en una misión, pero me han dicho que volverán dentro de una hora o dos- Me sonrió y me hizo un gesto con la mano para que me sentara a su lado. Asentí obediente, y me senté a su lado. En cuanto me senté, el gato se puso a bufar.
-Tranquilo, Chess, es un amigo- Acarició el lomo del gato y este volvió a tumbarse, aunque me miraba de reojo de vez en cuando -Es muy sobreprotector- Me dijo Isabelle quiñándome el ojo.
- Tú debes ser Isabelle ¿Estoy en lo cierto?- Pregunté, intentando que no viera que me había vuelto a sonrojar.
-Llámame Is, por favor. Todos lo hacen-
Se hizo un silencio incómodo y entonces, Is me tendió el libro de cuentos. "Alicia en el país de las maravillas".
-¿Me lo lees?-
Me quedé bastante sorprendido por su propuesta, pero no pude resistirme a sus tristes ojos escarlata. Se lo leí.
Según Victoria me contó el día siguiente, nos habían encontrado a Isabelle y a mi dormidos en el sofá de la biblioteca. Xeno se había ocupado cuidadosamente de llevar a Isabelle a su cuarto mientras Victoria me tapaba con una manta, para que no cogiese frío. Me dijo que fue un poco complicado, ya que yo me había quedado dormido en su regazo y su mano rodeaba mi cuello."

jueves, 5 de enero de 2012

Pasado 1º: Jaque al rey


"- Jaque mate- Anunció Lucius.
Alexander maldijo en voz baja y Lucius esbozó una sonrisa de triunfo.
- Es muy fácil ganarte al ajedrez, primito-
- Siempre utilizas la misma táctica, Alex- Intervino Arthur -Es muy fácil predecir tus movimientos-
Alexander fulminó con la mirada a Arthur, que se encogió en la silla y se pegó un poco más a Shelly.
Esta, a su vez, dio un sonoro sorbo a su horchata y bufó;
-No entiendo qué interés le veis los hombres a ese juego tan estúpido -
Lucius Giró la cabeza hacia su prima y compuso una mueca irónica.
-El mismo que tú tienes por algunos hombres, querida primita-
Shelly hizo como si no hubiese escuchado nada y volvió a concentrarse en su copa de horchata.
La puerta del porche se abrió y apareció Jack. Una fina película de sudor cubría su pálido rostro y hacía que su cabello dorado pareciese mojado. Tomo asiento entre Shelly y Alexander y suspiró largamente, tras arrebatarle a Shelly el abanico y abanicarse con él.
-¡Dios mío, qué calor más insoportable! - Exclamó.
-Estamos en Agosto, querido ¿Qué esperabas? ¿Nieve?- Bufó Shelly -Además, vosotros los hombres no deberíais quejaros. No sabéis lo que es llevar corsé-
Alexander suspiró.
-Lo que tu digas, pero las mujeres no tienen que aguantar las capas o las botas. Eso sí que es realmente asfixiante -
-No más que los corsés - Aventuró Shelly.
Ambos se fulminaron con la mirada mutuamente hasta que Lucius estalló en carcajadas nuevamente.
-Ay que ver...A buena hora se le ocurrió a vuestros padres prometeos. Si estáis así ya, habrá que veros casados...-
Jack sonrió y le dio un codazo a Alexander, que le ignoró intentando parecer fascinado con el vuelo de una mariposa.
-Ni me lo recuerdes, por favor- Protestó Shelly- Se me revuelve el estómago nada más pensar que me tendré que casar con este necio...-
-¿¡Necio?!- Alexander salió de sus supuestas ensoñaciones y se encaró a su prometida.
-Calma, caaaaalmaaaa...- Terció Jack.
-Por cierto... ¿Alguien me quiere explicar porqué se celebra un baile mañana?- Dijo Arthur, cambiando astutamente de tema, antes de que la discusión se agravara.
-Ah, eso...- El rostro de Alexander se relajó notablemente -Pues, celebramos que Clara no es la Rosa negra -
-¿Clara?- Preguntó Shelly -¿Esa no es tu...?-
-Sí, mi hermanastra- Contestó Alexander sin mirarle a la cara.
Lucius sonrió sarcásticamente.
-Habría que ver la cara que puso Elisabeth al ver que su prometido había tenido una hija con una prostituta...-
Jack arqueó las cejas.
-Volviendo al tema inicial, señores y señorita- Dijo mirando a Shelly -¿Cómo es que se han dado cuenta ahora de que Clara no es la rosa negra? Diecinueve años encerrada en la torre y se dan cuenta ahora...-
-Al parecer, le hicieron la prueba de la espina y no la pasó- Contestó Alexander.
-Podrían habérsela hecho antes a la pobre- Dijo Shelly -Pero si la rosa no es Clara, entonces ¿Quién...?-
- Esta claro - Contestó Lucius -La benjamín de los Blackross. La rosa solo puede ser una mujer-
Arthur miró sorprendido a Alexander.
-¿Tu hermana? ¡Pero si solo tiene quince años! ¡Tu padre acaba de concederle su demonio! Es una cría...-
Alexander asintió con el semblante visiblemente preocupado.
-Pues yo no sé vosotros- Cambió de teme Shelly- Pero yo me muero de ganas de conocer a Clara ¿Cómo creéis que será?-
Jack sonrió.
-Si es de la familia Blackross, seguro que tiene el pelo negro y los ojos oscuros-
Todos miraron significativamente a Arthur, que les ignoró y volvió a preguntar.
-¿Elliot no volvía mañana también?-
Todos asintieron a su vez.
-A tu hermana le va a encantar la noticia- Dijo, mientras le guiñaba un ojo a Alexander.
Entonces, la puerta del porche se abrió por segunda vez, y de ella salió un muchacho alto, con el cabello dorado y lacio y los ojos bicolores: uno rojo y el otro, entre azul y verde.
-¿A dónde vas Vicent?- Preguntó Shelly con voz melosa.
Vicent le dedicó una sonrisa encantadora, que provocó que Shelly se sonrojara.
-La señora Elisabeth me ha mandado a recoger unas cosas, señorita-
Alexander frunció el ceño.
-¿Recoger? ¿Qué es lo que te ha mandado madre a recoger?-
Vicent fijó la mirada en Alexander. Durante un segundo, sus miradas se cruzaron, provocando una punzada de odio y desprecio en cada uno. Vicent apartó la mirada primero y la fijó en el jardín.
-Me ha mandado a que recoja un encargo que había hecho para la señorita Clara. Creo que un vestido, señor- Contestó, escupiendo con resignación la última palabra.
-Pues entonces, no te retrases- Le apremió Lucius.
Vicent se despidió con una ligera reverencia y le dedicó a Shelly otra de sus arrebatadoras sonrisas. Cuando se hubo ido, Shelly suspiró largamente.
-Ahhh...Ojalá me hubiesen prometido con alguien como él-
-¿Cómo Vicent?- Lucius rió - Si te refieres a Huérfano, vago y rompecorazones, es que tienes unos gustos muy raros, querida. Si sigue viviendo aquí es gracias a la infinita bondad de Elisabeth-Shelly volvió a suspirar.
-Ya, pero es tan guapo, tan caballeroso, tan...Misterioso...-
Los chicos se miraron entre sí, encogiéndose de hombros.
-Bueno, no te quejes. Al menos tú conoces de algo a tu prometido- Terció Arthur -A mi me prometieron con Clara ¿Recordáis?-
Jack sonrió, jovial.
-Bueno, tengo suerte, a mi no me prometieron con na...- Todos le miraron con sorpresa, pero para cuando se dio cuenta de lo que había dicho, era ya tarde.
Lucius bajó la cabeza.
-Lo siento Lucius- Dijo Jack, con su tono más inocente -Ya sabes que yo quise mucho a tu hermana. Yo no quería...-
-Pues no lo parece- Le cortó Lucius con un tono seco.
Tras un largo silencio, durante el cual, solo se escuchó el sonido del abanico y las cigarras, Arthur decidió intervenir.
-Bueno, entonces, a partir de ahora la benjamín de la familia va a tener que ocupar el lugar de Clara en la torre ¿No?-
Jack puso cara de preocupación y el semblante de Alexander se oscureció.
-Es por su bien- Argumentó -Madre me ha dicho que podré subir a verla, y Elliot también podrá subir. Tendrá una habitación enorme y...-
-Pero no será lo mismo, Alex- Dijo Shelly. Su tono de voz sonaba preocupado.
-¿Lo sabe ella?- Preguntó Jack.
Alexander volvió a asentir. Intercambiaron miradas de preocupación.
-Y... ¿Qué ha dicho?- Se atrevió a preguntar Arthur.
Alexander sonrió.
-Ha dicho que ya se lo imaginaba y que se estaba haciendo a la idea desde hace tiempo. Me ha preguntado que si iremos a verla. Y ha dicho que lamentará perderse nuestras jugadas de ajedrez-
Shelly sonrió con ternura y colocó su mano encima de la de su prometido.
El silencio volvió a ocupar el porche.
-Bueno- Dijo Jack, en un intento de apartar de todos aquel pesado silencio -¿Quién quiere jugar una partidita de ajedrez?"